«Créete un vagabundo de esta tierra
-me dije cuando pregunté por mi noble cuna-.
Cada mañana aquí sentado te verás
con tu carro enfrente, con tu abolengo detrás».
Culpable o no de mi destino,
ya se encargó el sustantivo de
materializar mi propia historia.
¿Qué habrá sido del verbo en gerundio?
Voy vagando por este mundo sin tapujos, sin dobleces,
sin victimismo, sin pena y, ¿qué me importará la gloria?
Pero no tengo miedo, ¡ya lo tuve una vez!
A ella la perdí un día en sueños...
Era tarde y el camino parecía marcharse.
Íbamos cogidos de la mano
sin sentir el día escaparse.
No dejaba de sonreírme hasta que desapareció de repente.
Allí me encontré, desencajado y frío,
gritando su nombre... al más temido: vacío.
A ella, sí, a ella, la perdí un día en sueños...
Era temprano y el camino parecía detenerse.
Sin aromas, sin hambre,
besé su cuello, todo su rostro...
¿Cuán efímero parece a veces
el amor y, a la vez, tan eterno?
Húmedas huellas de barro
en mis ojos aún son latentes,
y mi voz, un eco tenaz sin presente,
sigue buscándola en mis playas hoy... ausentes.
Pero no tengo miedo, ¡ya lo tuve una vez!
Mi carro, el que ves aquí,
guarda dos trajes, una fecha en gris,
dos anillos impares y un adiós sin comodín.
Todavía la estoy viendo acercarse a mis labios...
¡Dios, no conocí belleza más bella que la del alma
cuando logra hablarte, besarte a través de la mirada!
¡Dios, dime: ¿cómo podré, cómo podré olvidarla?
De blanco mi blanca dama, de negro mi negra vejez.
Deshabitada mi desnudez, me despedí del atuendo impuesto
y, sin resignación, recogí mi rabia, mis lágrimas cansadas.
Rechacé toda falsa dirección encorsetada, encorbatada,
mas renegué del anquilosamiento de la respuesta más amarga.
Ahora,
mi libertad, como el perro en los llanos,
corre, corre, vuela, vuela y no se irrita.
Ahora,
mi libertad, como el buen ermitaño,
silencia el control desde una soledad elegida
para bailar al ritmo de salsa, los valses de mi vida.
Soy nómada, errante sin nombre,
madera viva, frágil y enlutada.
Mi carro, mi conciencia, a las espaldas.
Pero ya no tengo miedo, ¡ya lo tuve una vez!
¡Cómo olvidar aquella tan bella, tan bella alma,
cuando en las noches más oscuras, siempre, siempre me… miraba!
Y voy vagando por el mundo pintando pórticos y portadas,
a veces, con amplias arcadas, otras, con mil columnas doradas...